A veces construir una plaza pública consiste en acostumbrarse a reunirse en torno a un árbol o un edificio con suficiente entidad como para atraer el interés del vecindario. Y alrededor del mismo va desarrollándose la vida pública.
Como en casi todos los pueblos surgidos de la Edad Media. Momento de auge expansivo de la Iglesia Católica, los grandes templos del Campo de Montiel, además de ser la referencia espiritual, conjuntaban en sí y en su entorno toda la actividad social de la villa. Desde los días de mercado, hasta los ajusticiamientos públicos, pasando por la celebraciones populares u oficiales.
Los mercaderes, arrieros, hortelanos, ganaderos y gremios artesanos requerían de cierto cobijo que facilitase la exposición y venta de productos resguardados de la lluvia y el sol. Así, como todas las cosas nacidas de la necesidad y el utilitarismo, se fueron configurando calles y espacios abiertos, jalonados de porches o soportales. En un principio con materiales improvisados o incluso reaprovechados de acarreo, expoliados o reutilizados de otras edificaciones. De ahí la variedad de pies derechos, columnas y pilares de muchas de las plazas y calles castellanas.
La plaza Mayor de Villanueva de los Infantes, en la actualidad elegantemente compuesta por la presidencia de la gran iglesia de San Andrés a cuya derecha gobiernan las Casas Consistoriales, a la izquierda observan las residencias del vecindario y frente a ella las galerías de privilegio para asistir a los numerosos eventos.
El paso del tiempo nos informa en cada una de sus piedras todo lo que ha acontecido, que por supuesto apoyado en la consecuente documentación se irá desgranando hasta el último detalle de su consecución, desde el origen hasta el magnífico aspecto que hoy la erige como una de las más bellas de todo cuanto pueda esperarse de una plaza europea surgida de la Cultura Occidental.
Como si fuéramos capaces de imaginar mentalmente la hermosura de la españolísima Romanza del “Concertino para Guitarra y Orquesta” de Bacarisse; así de bien, podremos asistir al irrepetible espectáculo de ver sucederse en el transcurrir del tiempo las diversas etapas y vicisitudes que han creado tan magnífico recinto urbano.
Dejando hablar a las piedras y permitiendo oportunidad a los investigadores interesados en el tema, abrimos las puertas de par en par de esta grandiosa obra trazada por la creación de una ciudad, diseñada por los acontecimientos históricos y construida por los avatares sociales.
La sorpresa más notable y la más concurrente es que literalmente, como ya dije hace un año en un artículo que anunciaba el Festival de los Patios, es que aquí, en la plaza Mayor, se advierte el primer y más noble patio de la ciudad. De una ciudad-patio, patio que auténticamente contiene uno en su principal espacio público.
Curiosidades del destino y de la historia se han asociado para que el patio se convierta en la seña de identidad más identificativa y la vez mejor mimetizada con la estructura urbana de Villanueva de los Infantes. Carlos Javier Rubio, nos describe muy gratamente en su guía, las características principales del estilo y el arte que los edifica para utilidad de los residentes y placer de los visitantes.
Gracias a otro de esos vecinos enamorados de su ciudad. Con la colaboración de Pedro Manuel González, he podido comprobar con sorpresa cómo la actual imagen de la plaza Mayor, procede efectivamente de un patio conventual.
Abro la puerta con mucho gusto y con la pasión de aquellos que amamos el respeto por el arte y la belleza, para poner en valor una vez más, el gran tesoro monumental, histórico y artístico que es Villanueva de los Infantes.
Los amables propietarios de la casa situada en la calle Monjas Franciscas,18 me han permitido observar con detenimiento, con metro y con lupa, cómo efectivamente de aquel claustro han salido las trazas, los pilares y las dovelas que dan carácter clasicista a la plaza.
Alguien encontrará algún día los documentos que certifiquen que bien durante la Invasión Francesa, o bien tras la Desamortización de Mendizábal, se reutilizaron tres pandas de arcos, de tres de las crujías del claustro de las franciscanas, para urbanizar los soportales de las Casas Consistoriales y parte de la fachada del otro lado de la plaza, frente a éstas. Incluso pueden distinguirse los arcos rebajados, de mayor amplitud ubicados en esa zona de la plaza, gemelos de uno que todavía permanece en la parte existente del claustro original donde estuvo el convento.
Los pilares toscanos hablan por sí mismos. Exactos a los de la plaza, iguales a los que quedan cubiertos de cal en lo que fue el recinto claustral.
En la plaza se han labrado los arcos con molduras en el intradós. Distinguiendo algunos de nueva factura. Si no me fallan los cálculos el claustro pudo estar compuesto por veintiocho arcos. En la actualidad contando los de la plaza y los originales que restan en la casa de la calle Monjas Franciscas, todo consta de veintiocho arcos realizados en labra de piedra y el resto de estructura de mampostería revestida de enfoscado. Tanto el número de pilares como el de arcos coinciden con el que cualquier arquitecto puede reconstruir virtualmente.
Os invito a descubrir los pilares originales de los rehechos exprofeso durante la remodelación de la plaza. Os convoco a sumar un capítulo más de la artística historia del pueblo más emblemático del Campo de Montiel y uno de los más atractivos del país.
Cuanto más conozcamos nuestro patrimonio más lo valoramos, más lo disfrutamos. Mejor lo compartimos y mayores perspectivas de conservación. Aquí tenéis un capítulo en blanco para aquellos que deseen indagar acerca de los acontecimientos cotidianos que edifican nuestro entorno y revalorizan nuestra tierra tan cervantina, con la dignidad que merecemos.
Salvador Carlos Dueñas Serrano.
octubre 2015